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En esta novela los delincuentes ponen en jaque a los de la ley. Podría parecer que eso no sucede nunca; pero a quienes no leen las noticias. En muchas ocasiones, más de las que nos gustarían, los hampones son más numerosos, y mejor armados que los policías.

Alguien asesina a varias personas, sin relación entre sí. Los escenarios son dispares, y las víctimas no tienen nada en común, por lo que la policía está desconcertada. La única coincidencia radica en las balas, que salieron de la misma arma.

Ricardo Arrate se enfrenta a un caso complicado. Lo contratan para encontrar a una joven que ha desaparecido. Cuando investiga, descubre que ese caso se repite, aunque él no se haya enterado. La indagación le lleva a… un caso muy especial.

Una joven es asesinada después de abandonar una discoteca. La policía no encuentra ni siquiera unas pistas. La madre de la joven, una viuda con algo de dinero, contrata a Ricardo. Pero hay otros casos similares, que indican que se trata de un asesino serial. En esta ocasión, Arrate realiza una investigación digna de un detective. Su norma siempre ha sido: pegar primero, y preguntar después. Aunque sigue dando golpes, o disparando, busca detalles e interroga a medio mundo, de forma civilizada, como un sabueso. Y en medio del caso, atiende otros de sus típicos trabajos.

Ricardo no solía trabajar mucho con despachos, sino para la policía, o particulares. Pero lo llamaron de uno, para el que sí hizo algunos trabajos de investigación. No era una agencia de detectives, sino de fianzas, a la que se le había fugado un tipo, por el que depositaron dinero. Por ello, debían atraparlo, o perderían la fianza. Necesita hacer una buena labor detectivesca, con casi ningún dato. Usará su estilo de dar golpes, pero también requiere inteligencia. Sobrarán tiros, ya que a alguno no le gustará que lo encuentre.

El obispo de Villegas es asesinado, en San Pedro. El arzobispado logra que los medios digan que murió de un ataque al corazón. El secretario de su ilustrísima se pone en contacto con Arrate, para que investigue la muerte. Que lo haga sin meter ruido, y que el resultado no llegue a la prensa, y ni siquiera a la policía. El mismo presidente apoya que todo se lleve en el más completo sigilo. Le repiten, hasta la saciedad, que con total discreción.

Todo estaba tranquilo en aquel pueblo, hasta que llegó Ricardo Arrate. Ya nada será lo mismo, después de su intervención.Los asesinatos sin resolver es su especialidad, además de las mujeres. Y Arrate puede encontrar con quién acostarse, en el lugar más desierto que se pueda imaginar.

Como si Ricardo llevase la muerte en el bolsillo, según llegó al carnaval, mataron a alguien. Y así sucedió al día siguiente. Todas las policías de Arrecife se pusieron a investigar. Barceló, el federal, le pidió ayuda a Ricardo. Y él intervino.

En realidad, la viuda negra no asesina a su pareja. El macho muere porque se retira, abruptamente, al terminar la cópula. Se le quiebra el aparato reproductor, y eso le produce el fallecimiento. Lo que es bien cierto es que la hembra lo devora. No sucede tanto, en esta novela, pero él fallece. Ricardo realiza, en este caso, una investigación paso a paso, aplicando el dicho: por el hilo se saca el ovillo.

Antes de que Internet se popularizase; y se convirtiese en la panacea del ligue; ya existía el cibersexpacio. Se trataba de bases de datos de gentes deseosas de conseguir pareja. La información que proporcionaban; más cómo les gustaría ser, que cómo eran; la manejaban agencias llamadas matrimoniales o sentimentales, o de corazones solitarios. Éstas ayudaban, previo un pago, a conseguir la soñada media naranja. La mayoría de los clientes, que acudían a tales agencias, iban buscando sexo puro. Y algunos lo encontraban, aunque la computadora no le fabricaba la mujer de sus sueños, ...

Alguien mata, a balazos, a tres Santa Claus. Eso desata la indignación general. Todo el mundo anda de malas, por las muertes de personajes tan queridos. Eso amargará La Navidad. El gobernador se ve forzado a ofrecer una recompensa. Todos los medios dan la lata a diario.

Suceden unas muertes inexplicables, pero que fueron auguradas por una echadora de cartas, o experta en cartomancia. Ella conocía a Ricardo, por lo que, al enterarse de la consumación de sus profecías, le llamó, para que investigase, porque era demasiada coincidencia.

Sucede el asesinato de una joven. Al analizar las balas, descubren que son idénticas a las usadas, en varios homicidios, pero veinte años atrás. Es sospechoso, y muy extraño. Por eso, Arrate se interesa en ello.

En esta novela, Ricardo está inactivo, durante dos semanas, por el Covid, la plaga de principios de este siglo. Sin nada que hacer, rememora algunos casos y sucesos. Por otra parte, además de las distintas aventuras reales, tiene otras oníricas, posiblemente motivadas por la fiebre. Si bien en su vida suceden absurdos, en los sueños todavía más. El ron produce fantasías y alucinaciones, que proceden de ciertos deseos reprimidos, como matar a diestra y siniestra.

Una joven es asesinada y arrojada a un vertedero de basura. La han estrangulado. Las pesquisas demuestran que ella pasó de mano en mano, hasta que alguien la asesinó. Ricardo hace el camino de uno al otro. Y todos dicen que ellos la dejaron viva. No siguieron con ella, porque era muy interesada. Lo anterior hace que Ricardo recuerde algo que le decía su madre: “Eres como la falsa moneda, que va de mano en mano, y nadie se la queda.” Ahora, se percata de que toda su vida ha ido de mano en mano, aunque “mano” sea un eufemismo.

Ricardo regresa a Fresneda, en donde tuvo, hace unos años, su primer caso sonado. Ahora se enfrenta a un misterio que quizá sea sobrenatural, o, al menos, muy esotérico.

Los asesinatos parecen tener una relación, al tratarse de dos damas de la noche. Por lo tanto, se trataba de un putafóbico. Pero, luego, suceden asesinatos, con la misma arma, de personas que, ni son mujeres, ni se dedican a la venta de placer. Ricardo es contratado, para dar con el asesino.

Un par de ladrones entra al taxi en el que va Jenny, le roban y la golpean duramente. Ricardo acude a verla. Ella le dice que no use sus métodos, pero los niños piden que acabe con los tipos. Ya que tenía el consentimiento de “sus hijos”, va a cazarlos, sin importarle que los compañeros de ella, los federales, hayan emprendido una búsqueda. Ellos hubiesen tenido suerte, de haber caído en manos de la policía, en vez de en las garras de Arrate.

Una mujer es asesinada. La hermana de la difunta contrata a Ricardo. Alguien importante no quiere que él investigue. Eso le pide el capitán de Homicidios. Alguna razón debe haber para ello. Arrate comienza a sacar basura.

Y no habría oído la historia de Josefa la del río, quien no nació perversa pero fue un azote en los altos afluentes del Serpientes; quizá menos inclemente que su leyenda, aunque, ciertamente, de una crueldad que solamente se puede concebir si se han recorrido los canales en un barco fluvial; se ha bebido, en uno de los tugurios de palma, un licor que quema hasta lo más recóndito del alma; o se ha dejado la piel de la espalda pegada a los pesados fardos del muelle. Únicamente ellos; los que si alguna vez tuvieron alma, la perdieron en la bruma del tiempo; conocen la violencia que se ...