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En un programa televisivo, del tipo de gente que se cita con otra gente, sucede un homicidio. La policía investiga, pero el canal contrata a Ricardo. Hay muchos sospechosos, y carencia de pistas. Por ello, el detective debe usar su olfato. La asesinada es el premio de esa especie de concurso, así que necesita comenzar por ella.

Hay una página, en internet, que anuncia violadores profesionales. Parece broma, pero es una rotunda verdad. La policía no puede dar de baja la página, porque no tiene acceso, y la clave necesaria. La página puede radicar en un lugar de Asia o África, en donde no tiene jurisdicción la policía de San Pedro.

Unas sosias (mujeres casi idénticas a otras) seducen a hombre de dinero, y luego los chantajean. Un senador contrata a Ricardo para que dé con una de ellas, o su socio, a fin de que ya no le sigan chantajeando. Cuando Arrate investiga, descubre que no se trata de casos aislados, sino de un verdadero negocio.

Llega a manos de Arrate una libreta, que hace de diario, o de block de notas. En él se habla de homicidios, aunque de forma enigmática, casi acertijos. Pero perteneció a un asesinado. La policía no resolvió el delito, que sucedió hacía cerca de un año. La libreta se descubrió tiempo después, y, por ello, se actualizó el caso.

Como siempre, el loco detective Ricardo Arrate, se envuelve en un caso extraño. Sin dudarlo, ni medir consecuencias, él entra en acción, y golpea a quien se le ponga en su camino, hasta solucionar lo que tenga entre manos. No faltan las situaciones sexuales, ya que él las crea si es que no le salen al paso. Aquí se le presenta un caso de asesinato bastante extraño, además de que, para resolverlo, debe incursionar en un ambiente nada usual para él. Pero no se arredra por nada, y se convierte en Averniman, el rey del ultra-averno.

Un escritor busca temas para escribir una novela que lo haga famoso. Y lo encuentra. Más bien, lo fabrica matando gente, y escribiendo a los periódicos. Ricardo investiga, aunque no es su caso. Le llama la atención, y encuentra tiempo, entre otras cosas. Además, tiene otro trabajo: resolver un secuestro. Y, como siempre, sus típicas locuras.

La policía federal, que no puede con este caso, contrata a Ricardo. Es sabido que el detective demente tiene sus métodos, nada ortodoxos, pero efectivos. Se necesita saber dónde fabrican las píldoras asesinas. Producen un efecto increíble, por horas, en las que, quien las toma, se vuelve un superhombre, con una energía fuera de lo común. Pero, la ingesta de más de un par, de ellas, puede conducir a la muerte. Cada una altera el funcionamiento del corazón, y la suma de los frenesís supone una explosión interna. Para ello, Arrate debe sumergirse en lo oscuro de la ciudad, golpear a...

Así llama Ricardo a un policía inglés que llega al país, buscando a un tipo que asesinó a alguien en Londres. La policía no le ayudará, porque no hay una petición oficial y tampoco orden de extradición. Pero lo tanto, el inglés recurre a Ricardo.

Arrate vuelve a ir a un pueblo remoto. Aunque se queja mucho, a él le encantan los lugares tranquilos, lejos de la contaminación, el ruido, los bares repletos de rufianes y la estridencia de las alarmas policiales, de ambulancias o bomberos. Prefiere el relincho de los burros, y acudir a tabernas en las que jamás pasa nada. Cada cierto tiempo, después de trabajar en San Pedro, Villegas o Ciudad Valdés, un villorrio es lo idóneo para descansar. Aurelio, su amigo, el jefe de los federales de Villegas, le encarga investigar un asesinato. Parece no haber duda del motivo, y que quien lo ...

¿Puede haber, en el mundo, alguien más orate que Arrate? Muy posiblemente. En esta novela, el sicalíptico descubre que es apenas un aficionado en cuanto a la demencia.¿Cómo buscas algo que no sabes qué es? Quizá eso nos pase a todos, sin que nos demos cuenta. Pero no es lógico contratar un detective para que “indague”, sin tener idea de qué o a quién. Pero a Ricardo Arrate le puede pasar eso y más. Realmente no le importa mucho andar a ciegas, ya que lo suyo es dar golpes a diestro y siniestro. Con los ojos abiertos o vendados, la diferencia estriba en que le da lo mismo ...

Obviamente, no se trata de un asesino invisible, aunque, para la policía, lo parece. Ricardo lo toma a broma, como siempre, y así lo considera. Pero va tomando forma, resultando…

Ricardo llevará un maletín desde San Pedro a Arrecife. En el interior va el soborno a un político. Es dinero no declarado, por lo que no lo pueden depositar en una institución bancaria, y es peligroso enviarlo por un servicio de mensajería. Hay gente interesada en que el dinero no llegue a su destinatario. A Arrate le pagan muy bien por llevarlo y entregarlo. Pero por el camino… Y, mientras, la vida de Arrate sigue su rumbo.

Como en uno de sus sueños, Ricardo debe enfrentarse a un verdadero pistolero. No en una calle polvorienta del Far West, sino en algún callejón oscuro de San Pedro. No han concertado una cita, pero ambos saben que el duelo se realizará. Como en una película del Oeste: ambos no caben de este lado del Pecos.

A Arrate le contratan para un fin de semana en una mansión de la costa. Al parecer; o eso le dicen; debe ser el objeto de los celos de un pretendiente. No lo ve nada claro, pero acepta. El asunto se va complicando, y resulta uno de sus casos. Hay muertos, y él está en medio, como siempre.

Alguien asesina a varias personas, sin relación entre sí. Los escenarios son dispares, y las víctimas no tienen nada en común, por lo que la policía está desconcertada. La única coincidencia radica en las balas, que salieron de la misma arma.

Una joven es asesinada después de abandonar una discoteca. La policía no encuentra ni siquiera unas pistas. La madre de la joven, una viuda con algo de dinero, contrata a Ricardo. Pero hay otros casos similares, que indican que se trata de un asesino serial. En esta ocasión, Arrate realiza una investigación digna de un detective. Su norma siempre ha sido: pegar primero, y preguntar después. Aunque sigue dando golpes, o disparando, busca detalles e interroga a medio mundo, de forma civilizada, como un sabueso. Y en medio del caso, atiende otros de sus típicos trabajos.

El obispo de Villegas es asesinado, en San Pedro. El arzobispado logra que los medios digan que murió de un ataque al corazón. El secretario de su ilustrísima se pone en contacto con Arrate, para que investigue la muerte. Que lo haga sin meter ruido, y que el resultado no llegue a la prensa, y ni siquiera a la policía. El mismo presidente apoya que todo se lleve en el más completo sigilo. Le repiten, hasta la saciedad, que con total discreción.

Como si Ricardo llevase la muerte en el bolsillo, según llegó al carnaval, mataron a alguien. Y así sucedió al día siguiente. Todas las policías de Arrecife se pusieron a investigar. Barceló, el federal, le pidió ayuda a Ricardo. Y él intervino.

En realidad, la viuda negra no asesina a su pareja. El macho muere porque se retira, abruptamente, al terminar la cópula. Se le quiebra el aparato reproductor, y eso le produce el fallecimiento. Lo que es bien cierto es que la hembra lo devora. No sucede tanto, en esta novela, pero él fallece. Ricardo realiza, en este caso, una investigación paso a paso, aplicando el dicho: por el hilo se saca el ovillo.

Alguien mata, a balazos, a tres Santa Claus. Eso desata la indignación general. Todo el mundo anda de malas, por las muertes de personajes tan queridos. Eso amargará La Navidad. El gobernador se ve forzado a ofrecer una recompensa. Todos los medios dan la lata a diario.