Las estrellas sobre Cedar Key habían estado en silencio durante semanas, su brillo habitual apagado por la neblina de las tormentas recientes, tanto cósmicas como terrestres. La paz, largamente anhelada y duramente ganada, se había asentado sobre la ciudad. Emily, John y Writer habían regresado no solo como sobrevivientes, sino como guardianes. Su vínculo era inquebrantable ahora, sus roles más profundos que antes.
Pero la paz nunca duró.
Todo comenzó una noche con Writer.
El perro se despertó de su sueño bajo el porche sobre pilotes de su cabaña costera. Sus ojos dorados, que antes eran simplemente inteligentes, ahora brillaban débilmente con la misma energía que la Piedra del Velo. Inclinó la cabeza, aguzando los oídos ante algo lejano, algo que no era de la tierra o del mar.
—Ha vuelto — dijo en voz baja en la mente de los dos humanos en los que más confiaba—. "O algo parecido. Pero... mal".
Emily se sentó erguida en la cama antes de que las palabras terminaran de formarse. Su mano metió instintivamente la mano debajo de la almohada donde descansaba la Piedra del Velo. Hacía frío.
John se unió a ella, con el ceño fruncido. —¿A qué te refieres con "incorrecto"?
La mirada de Writer se desplazó al cielo.
"Había un resplandor. Pero no como el primero. Este parpadea. Tartamudea. Como si algo estuviera tratando de hablar a través del velo... o romperlo".
Y luego, por un instante, todos lo sintieron: un pulso.
No el cálido resplandor de la luz de la Piedra del Velo, sino algo más nítido. Más hambriento.
En algún lugar muy lejano más allá de las estrellas... Algo se removió.
La Piedra del Velo brilló débilmente. Y comenzó un nuevo viaje.