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Obviamente, no se trata de un asesino invisible, aunque, para la policía, lo parece. Ricardo lo toma a broma, como siempre, y así lo considera. Pero va tomando forma, resultando…

Ocasional es lo que sucede, o se hace, en alguna ocasión; pero no de forma habitual ni por costumbre. Un asesino ocasional es aquél idóneo para una vez, por la razón que sea. No serviría para otra. Mata a uno, y ya no repetirá.

También los servidores de la ley la infringen. Arrate tiene un caso entre manos. No va a cobrar por él, pero eso no le importa, porque tiene ahorros. Acaba de recibir un dinero, por otro asunto de locos. Como es un orate, predice que puede divertirse. No estima que quizá se meta en un serio problema.

A Gustavo Bárcena, íntimo amigo de Ricardo, y teniente de Homicidios de la ciudad de San Pedro, le cargan un muerto. Hay pruebas, para entender la razón por la que le tienden una trampa. Investigaba el asesinato de alguien, y gente del mundo del hampa era sospechosa. Éstos pretenden que abandone el caso. El policía recurre a su amigo, y éste se hace cargo. Investigará a su estilo, eliminando todo obstáculo que encuentre en su camino; usando sus propias reglas, que normalmente están fuera de la ley.

Parece imposible asesinar a un muerto, a no ser que haya resucitado. Algo así sucede en este caso; pues alguien que fue declarado muerto, y enterrado, vuelve a morir. No por su gusto, sino asesinado. Cuando esto ocurre, la policía toma el caso en sus manos, y Gustavo, el teniente de Homicidios, le pide ayuda a Arrate. Para resolver el caso, hay que saltarse jurisdicciones. Ricardo hace eso con una enorme facilidad, así como usar métodos nada ortodoxos, para resolver los casos.

Ricardo llevará un maletín desde San Pedro a Arrecife. En el interior va el soborno a un político. Es dinero no declarado, por lo que no lo pueden depositar en una institución bancaria, y es peligroso enviarlo por un servicio de mensajería. Hay gente interesada en que el dinero no llegue a su destinatario. A Arrate le pagan muy bien por llevarlo y entregarlo. Pero por el camino… Y, mientras, la vida de Arrate sigue su rumbo.

Como en uno de sus sueños, Ricardo debe enfrentarse a un verdadero pistolero. No en una calle polvorienta del Far West, sino en algún callejón oscuro de San Pedro. No han concertado una cita, pero ambos saben que el duelo se realizará. Como en una película del Oeste: ambos no caben de este lado del Pecos.

Hacía un tiempo, unos tres años, que Ricardo tuvo un caso en Cañaveral*, un diminuto pueblo de la costa del Pacífico. *Novela: El secreto de la mansión del absurdo. Allí, se alojó en una mansión, una gran casa, con enorme jardín, en donde todos estaban locos. Realmente, ninguno; pero lo parecían, porque eso intentaban hacer creer. Hubo sexo para hartarse, y, en un principio, la intriga de descubrir qué escondían aquellos seres singulares, que atraía a tanto extraño. Eran doblemente extraños, por no ser familiares o amigos, y, además, porque tenían muy rara actuación. Pero ...

Arrate había terminado un trabajo en Olabieta. Agarró a un fugado, por cuya cabeza había una recompensa. Pero Ricardo no quiere regresar a San Pedro, porque tiene “pendientes”. Obviamente, eso se refiere a algunas mujeres. Y le surge un caso. Lo normal, para que no pueda descansar. Así que pasamos a ver qué sucede.

Una amiga de Ricardo, pintora, es asesinada. Arrate lo toma como asunto personal, y se pone a investigar. Todo está muy oscuro en sus relaciones. El detective descubre un mundo que no conocía, lleno de envidias, rencillas y venganzas. No todos los artistas son seres puros; pues hay varios bastante infectos.

Una mujer ve, por la calle, a su marido, quien murió un año atrás. Está segura de que el caminante era el difunto, pero también afirma que el enterrado lo fue. Así que ella se está volviendo loca. Para que eso se aclare, acude con Ricardo. Éste investiga. Descubre algo que no imaginaba.

Arrate es testigo en un juicio, contra un joven que ha asesinado a alguien. Al asesino lo condenan, por su testimonio. Por ello, el padre del homicida pone precio a su cabeza. Ricardo debe huir, para que no lo maten un montón de cazadores de recompensas. Además, debe conseguir que retiren la recompensa. Para ello, debe convencer al que la ofrece.

Un millonario es asesinado. Todo apunta a su esposa, mucho más joven que él, casada por interés, y con un amante. Pero tiene coartada. Por ello, la policía no puede hacer nada. Los hijos del occiso contratan a Ricardo, para que escarbe en la vida de la viuda. El resto… está en el interior de la novela.

Encuentran un cadáver en un edificio abandonado. Es un reportero muy conocido, al que han estrangulado. Eso dijo la televisión, aunque una revista fue más específica: es el basurero al que el alcalde envía a sus adversarios. El mandatario contrata a Ricardo, para que investigue quién mató al tipo. Jura que él no tiene nada que ver con ello, aunque el fulano era una verdadera molestia.

Una agencia de viajes, extrañamente, pone en contacto a infieles anónimos. Esta empresa, además, alquila apartamentos a los viajeros. Es una práctica muy común, hoy en día: hoteles más privados. Pero, además, pueden rentar por una noche, al más puro estilo de un motel. En uno de los apartamentos, asesinan a una mujer. La agencia contrata a Ricardo, para que investigue.

Arrate, con ayuda de su amigo Avelino, jefe de policía de Tejeda, población cercana a Fresneda; prepara un plan para descubrir quién asesinó a una mujer. Meten a cinco sospechosos en un autobús; además de Ricardo, otro criminal; para llevarlos a la ciudad, donde serán interrogados. Debido a un huracán tropical, deben refugiarse en un motel, en medio de la nada. Allí, Ricardo intenta descubrir quién es el homicida.

En esta ocasión, Arrate trabaja a sus anchas, porque el escenario es el que más le gusta, El Tornillo, el barrio de prostitución de San Pedro. Además, sus enemigos, porque él se los ha agenciado, son la escoria de la sociedad. Para más acicate, los fulanos son extranjeros, o extranjerizados, y eso despierta, en el detective, un orgullo nacional, que suponía que él no tenía.

Ocurren unos asesinatos en los alrededores de San Pedro. El homicida deja unas estampitas de santos. Son todas de la misma colección. Atrapan al novio de una mujer asesinada. Él lleva, en su billetera, una estampilla del mismo estilo. Además, es un ladrón. Ante esas pruebas, lo encierran. Muere en la cárcel. Al de cuatro años de que lo encerraron, y uno de su muerte, vuelve a haber asesinatos del mismo corte, con iguales estampitas. Los familiares de una de las víctimas, contratan a Ricardo, para que se haga cargo.

No se trata de zombis, como en las películas, sino de gente que tiene la mente borrada, y con solamente una idea: matar a alguien concreto. Son, pues, armas con piernas y brazos, que obedecen a una misión que ha sido fijada en sus cerebros. Una vez que cumplen su tarea, son desechables. Ya no tienen nada que hacer, y ni siquiera huyen.

Aidan McMillan es un oso con una misión. Junto a un grupo de cambiantes simpatizantes, la Alianza, ha descubierto la existencia concreta de uno de los rumores más infames de la historia y leyendas de cambiantes: los Hijos de Domnall, una sociedad secreta de humanos que ha jurado destruir a todos los cambiaformas. Una de sus células ha aparecido en Edimburgo, y la Alianza se ha propuesto infiltrarse en su organización como sea. Mientras tanto, él también se encuentra investigando el fallecimiento de sus padres, ocurrido hace varios años. Todos dicen que se trató de un accidente, pero...